domingo, 22 de enero de 2012

Que suenen los aplausos

La sala estaba abarrotada, las butacas reservadas desde hacia meses, la sala oscura y callada esperaba con intriga el final de la obra. Todos estaban impacientes por ver como concluiría nuestra historia. Quien rompería esquemas, quien escondería miradas, quien ganaría este juego de orgullo e ironía, quien se quitaría antes el sombrero, quien tiraría la piedra y escondería la mano, quien se arriesgaría a dar el primer paso, quien se quitaría la mascara y robaría un beso, quien sentenciaría toda una historia, quien se atrevería a escribir ese punto y final.

Ya lo decían las criticas, el final seria, como todo en nosotros, inesperado. Fue breve, directo. Como diría Sabiana “Dijo hola y adiós, y el portazo, sonó como un signo de interrogación”. Así, se cerró nuestro telón.

sábado, 21 de enero de 2012

Declaración de Finales.

Prometo no caer, prometo olvidar el significado de impotencia. Prometo ignorar tu sonrisa y centrarme en tus palabras, vacías. Prometo no desperdiciar mas tiempo entre tus manos. Prometo olvidar tu nombre, tus sabanas y tu olor. Prometo ser fiel a lo que necesito y no guiarme por un momento. Prometo pensar en mi. Prometo borrarlo todo aunque sea en contra de mi voluntad. Prometo disfrutar de mi vida sin privarme de nada, ni siquiera del dolor. Prometo no volver a discutir sino es por placer. Prometo no volver a gritar sino es tendida sobre un colchón. Prometo abrazar cada segundo, besar cada oportunidad y rendirme a los detalles. Prometo dejar la cobardía en el mismo cajón en el que un día enterré mi dignidad. Prometo rescatarla y cosérmela a la piel. Prometo tener presente todo lo que me has enseñado, a que el orgullo y los sentimientos son incompatibles. Prometo encontrar sonrisas en cada esquina de Madrid. Prometo cultivar ilusiones, expectativas. Prometo no volver a sustituirte por alcohol, a pesar de ser un gran compañero. Prometo esconder tus fotos, como tu escondiste la verdad. Prometo regalar sinceridad a pesar dormir con mentiras. Prometo derrochar coraje y cambiar de película, de guion y de protagonista. Prometo empezar con una declaración de finales. Aunque siendo sincera, prometo no volver a prometerme nada.

viernes, 13 de enero de 2012

Todos somos Marta


Es una regla universal. Siempre llora antes quien no debe. El llanto, el verdadero llanto, el auténtico jugo de penas, aparece por primera vez siempre en el sitio equivocado. En los ojos del dejado y no en los del que deja, en los ojos de la víctima y no en los ojos de su asesino, en los de los padres de Marta del Castillo, y no en los de Miguel Carcaño.
Por eso, hoy quiero romper todas las lanzas que me queden por los que viven dolidos,por los que mueren sanados, por todos los que estan jodidos hasta el punto en el que todo les da igual, por todos los que perdieron el norte, independientemente de la distancia a la que se encontraran de el.
Igual es que hoy me siento un poco menos infalible, y por tanto, menos idiota, lo mismo es que se me fue la mano con sentimientos a fondo perdido, pero creo de verdad que con cada día que pasa, quien no se hace mas vulnerable es que no merece ni la vida en la que esta.
Hoy me solidarizo con el dolor mas genérico y con el más concreto también, desde el más profundo sufrimiento de unos padres con la alegría extirpada, hasta el más tonto y pasajero que me pueda llegar a inventar, hoy me inscribo en la legión de luchadores que apuestan a que van a perder, porque saben que es la unica forma que tienen, a partir de ahora, de ganar.
Intentamos disimularlo, pero el dolor seco que sucede al llanto es todavía más amargo que cualquier tormenta de sollozos salados. Intentamos sobrevivir, pero la ironia de la vida es lo unico que no tiene final. Y es esa ironía, irónicamente, la que nos mata.
Es injusto que llore quien no debe. Es injusto que ya no esté quien debería estar. Es injusto, y por eso mismo ya no tiene nada que ver con la justicia.
Justicia sería volver a desconocerlo que ahora sabemos. Justicia seria no haber perdido ni un ápice de nuestra inocencia. Justicia seria seguir creyendo en la justicia. Justicia sería que Marta despertase hoy.
No dejo de pensar en esa madre ilusionada hace 20 años, el día en que estaba apunto de parir a una preciosa niña a la que llamaría Marta, cuando el médico de turno le dijo seguramente la única frase cierta de toda su vida. Esto te va a doler.

                                                                                                                         Risto Mejide

Para esos padres a los que les arrebataron su mayor tesoro, para que sepan que siguen contando con el apoyo de todos aquellos que seguimos creyendo en la justicia, no la justicia que imponen los Tribunales, sino la que acaba imponiendo la vida.

miércoles, 11 de enero de 2012

La cuenta por favor.

Jefe, qué se debe. Anda tráeme la cuenta. Te iba a pedir la dolorosa, pero me temo que en este caso, además de dolor, va a haber alivio. Igual no nos viste, pero hace un tiempo entramos los dos juntitos de la mano, ella y yo. Yo que siempre cené solo en mesas de diez, esta vez no habia hecho reserva, y ni mucho menos para dos. Elegimos esta mesa porque pensamos que era la más romántica, la más apartada, y la única en la que creímos no haber estado jamás. Igual no te fijaste, pero vinimos con hambre de muchas cosas dispuestos a apagar toda sed. El hastío nunca fue opción. Quedarse con las ganas no entró ni en el más barato de los menús.
Durante un tiempo, todo estuvo deconstruido, todo al revés. Comimos con los ojos, tocamos con los labios, y saboreamos con la piel. Nos encontrabamos en todos los turnos, por encima y por debajo del mantel, y no había quien se dejase recomendar. Sabiamos cuál era nuestro plato, en qué punto lo queríamos y hasta cuánto lo íbamos a degustar. Pero no hasta cuando.
Quizá por eso, recuerdo perfectamente el día en que ella empezó a pedir fuera de carta. El día en que mi ensalada fresquita de manías se convirtió en un pesado empedrado de defectos. El día en que su revuelto de dudas leves se transformó en una empanada mental.
Y entonces lo vi. Se había enamorado de mí porque deseaba a ese otro en el que pretendió convertirme. Como quien, a fuerza de ir, acaba exigiendo sushi en un mexicano, burritos a un italiano o paella en un japonés.
Fue estúpido tratar de entenderlo. Inútil tratar de saber por qué. Tranquilo, que no te voy a pedir el libro de reclamaciones. No es culpa de nadie. Simplemente pasó, y antes de que nos diéramos cuenta, ella preguntaba lo que comían las otras mesas, los dos bebíamos para no charlar y yo miraba los mensajes del móvil mientras intentaba disimular nuestra crisis de ganas de superar nuestra crisis.
Poco a poco, sin darnos cuenta, nos habíamos transformado en una de esas parejas que al principio mirábamos con mezcla de risa, miedo y pena. Ésas que sólo se hablaban para reprocharse cosas, ésas que transformaban cualquier ocasión en un silencioso y tenso cara a cara, cualquier lugar en una salida y cualquier invitado en un menos mal.
Ahora que ya todo me sabe a tarde, y todo me sienta peor, ahora ya todo me recuerda a un casino. Más importante que saber estar, es cuándo saber largarse. Aunque aquí, como ves, el último que se levanta, la paga.
Hazme un favor, descuéntame todo lo que jamás pedí y aun así tuve que tomar, como sus cenas familiares, sus reproches a mis mejores amigos y mis pajas nocturnas a la luz de la tele.
Tampoco me pongas lo que pedí y jamás me trajeron. Como esa vida juntos, esos planes hechos a mentira, esos hijos que tuvieron nombre mucho antes que existencia, esa casa unifamiliar que jamás hubiera podido pagar.
Descuéntame todo eso y dime cuánto te debo, que yo te lo pago.
Y no te preocupes si al final nada cuadra. No te me apures si pago de más.  Con el cambio, me haces otro favor.
Le envías una botella del mejor champán a los labios de esa mesa.


                                                                                                                                                             Risto Mejide.