miércoles, 25 de junio de 2014

Sigamos suponiendo


No es cuestión de volver hablar de despedidas,
ni de lo que fuiste en este guión teñido de condicionales.
No es momento de seguir viviendo en pretéritos perfectos simples,
ni de seguir esperando en la estación de tus sábanas.

Supongo que no es momento de eso.
Nunca lo es.
Pero como las suposiciones
han acabando siendo una afición en mi vida,
sigamos suponiendo.

Supongamos que aquella tarde jamás existió.
Supongamos que aquel adiós jamás se escurrió de mi boca.
Supongamos que no convertimos la palabra despedida
en nuestro reencuentro favorito
Y que optamos por tirar la toalla con el único pretexto
de acabar juntos en la ducha.

Supón que mi único objetivo fue crear contigo el amor
Y que acabe haciendo contigo la vida.
Supón que lo que más me gustaba de tu boca
eran tus palabras,
porque dotaban de incoherencia a las mías.
Supón que hubieras conseguido perfeccionar ese arte
de conseguir romper las reglas,
sin acabar rompiendo un corazón.

Supongo que aprendí a transformar tu nombre
en una dulce censura.
Aprendí, que un adiós,
no maquilla un hasta luego.
Que la felicidad momentánea,
no computa como error.
Que al final la soledad,
te enseña más que la compañía.
Y que un recuerdo,
no es más que la señal,
de que hubo amor.

Porque no es cuestión de volver a hablar de despedidas
Es momento de disfrutar de las alturas.
Porque la felicidad no reside
en la destreza para caminar en tacones,
Sino en la habilidad de aprender
a volar sin aeropuertos.

miércoles, 11 de junio de 2014

Bienvenidos al síndrome Disney.


"Todos queremos que nuestras historias de amor sean las más extraordinarias. Que nuestros errores garrafales sean en realidad románticos imposibles del destino. Que lo que no funciona (y es que lo cojas por donde lo cojas, no funciona) es culpa del famoso timing y que lo que tenga que ser, será.
Nos empeñamos en pensar que los protagonistas de nuestras catastróficas historias son más héroes que caricaturas porque seamos realistas, todos preferimos un Noah Calhoun que un love-the-way-you-lie.
Así que, cuando después de la tercera nos lanzamos al relato de nuestras aventuras y desventuras románticas para darle la brasa al insensato que se ha sentado a nuestro lado con nuestro incongruente historial sentimental, tendemos a retocar un poquito por aquí y un poquito por allá, porque parece que si nuestras historias no son brutalmente extraordinarias no merecen la pena.
Y es que cuando escuchamos las andanzas heroicas de los que lo dan todo por amor y se dejan la piel en el intento, nos gusta pensar que nosotros también desatamos huracanes y derribamos rascacielos. Era un amor de película, oigan. Aunque se olvidara siempre de llamarte cuando decía que te iba a llamar. Aunque no se levantase del sofá ni para acompañarte a la puerta.
A ti te gusta engañarte. Y creerte que aunque le vaya muy bien, aunque se haya buscado a otra (bastante feita, por cierto) a la que no agarrarle la puerta; en el fondo a ti siempre te querrá. Que te va a tener ahí, en el corazoncito. Que el día de su boda va a preguntarse cómo sería verte a ti caminando hacia el altar. Que a sus hijos y a sus nietos a falta de batallitas de la mili les va a contar lo buena que estaba aquella novia que tuvo cuando todavía era un chaval.
Porque, admítelo amiga, a ti te va la farándula. No es tu culpa, has visto demasiadas series subtituladas de la ABC. Y te crees la Summer Roberts de todos tus Seth Cohens. A ti te gusta regodearte en tus miserias sentimentales y poner el grito en el cielo y llamarlo de cretino para arriba y si hace falta recurres a la cebolla para no dejar de llorar. Y te convences de que volverá con el rabo entre las piernas y desafiaréis las leyes de la lógica y estaréis juntos por-los-siglos-de-los-siglos-amén.
Así que cuando esa amiga demasiado sincera te quita la tontería y te recuerda sin ningún tipo de tacto que era un indecente, que no te merecía y que se portaba como un gañán, desenvainas el florete en un arranque repentino de lealtad y defiendes con uñas y dientes al pobre desgraciado de turno porque aunque ya no lo quieras, prefieres pensar que te quiso de verdad.
Y acabas por pensar que los héroes de novela romántica juvenil están para eso, para las novelas románticas juveniles. Y que a ti nadie te ha llevado todavía a hacer un picnic con mantel de cuadros rojos y cesta de mimbre incluida, ni se ha colado en la azotea de un rascacielos para enseñarte las estrellas. Que lo que si te han dado es quebraderos de cabeza para escribir un libro, un par de sudaderas viejas, una adicción de manicomio al teléfono y dos o tres regalos de cumpleaños escogidos por sus respectivas madres. Y que te da igual.
Porque el amor está sobre valorado. Y el romanticismo mucho más. Y el que no lo quiera ver no hace más que engañarse. Y a ti lo que te hace feliz es seguir riéndote de la vida. Y al final has aprendido que el amor no debería ser tan complicado (cojones!). Y ya sabes sonreír acordándote de antiguas tragedias, y ya te has dado cuenta de que en ellas, son mucho más protagonistas tus amigos incondicionales que los cobardes que siempre vuelven cuando ya es demasiado tarde. Y por fin te has prometido que tu juventud la vas a desperdiciar haciendo locuras, no volviéndote loca.
Porque a veces el amor te quita más de lo que te da. Y las historias mediocres al final son las más divertidas. Y después de todo, ni si quiera te quisieron como Dios manda.
Y mira, puede que lo hicieran. 
Pero a ti que más te da."

lunes, 2 de junio de 2014

Abróchame el cinturón.

Camarero, póngame
Una copa de venganza
Con una dosis de rencor.
Al fin y al cabo,
¿Quién quiere beber amor?

Pásame el cigarro de las despedidas,
Mientras suena tu canción preferida
Esa que transforma mis victorias en heridas
La que se ha convertido, en mi presunta homicida.

Para qué voy a negarlo,
Sigo siendo prisionera
De la droga de tus noches
Del asiento trasero del coche
De los vicios y reproches.

Para qué voy a negarlo
Hace meses que los relojes arañan arena
Que todas las sabanas se volvieron ajenas
Y mi mejor versión, dejó de ser buena.
Hace meses que la cuidad ha cambiado de perfume
Y no hay forma de que el puto invierno se esfume.

Camarero, póngame otra copa
Que quiero emborracharme del recuerdo,
Dejar de tropezar en pleno vuelo
Y convertir el ron en consuelo.

Que coño, apúntese otra ronda,
Que hoy pienso despagar de tu ombligo
Convertir cualquier espalda en destino
Improvisar un viaje accidental
Y volar tan alto como me deje el Brugal.

Que no joder,
Que no me hables de vértigo
si nunca has sabido estar a la altura.




Culpable.


Creo que es la primera vez que no tengo intención
de que mis letras conjuguen poemas.
Es de las pocas veces que no me apetece rimar
Tus silencios , con mis ganas de verte.

Creo que es la primera vez que estoy disfrutando de la ausencia.
Quizá porque así todo parece mas real.
Quizá porque me enseñaron que si no duele
No es musa
Ni es poesía

Échale la culpa a ese que me secuestra los sueños cada noche.
El mismo que decidió poner limite de velocidad a las ganas
Aquel que no supo pronunciar un punto y a parte
Pero sí un aparta.

Puestos a buscar culpables,
culpa al orgullo
que decidió trazar un océano
entre tu cama y la mía.

O al rencor
que censuro cualquier vuelo trasatlántico
 que pudiera despegar de mi boca
 y descender en picado en tu piel.

O a las canciones
Que en ocasiones acuden en misión humanitaria
Y en otras, es mejor vetarlas
Por exceso de olvido.

O al silencio
Por no dejarme dibujarte al oído
Que necesito dejar de perder mi tiempo
Con quien mataría por tener más.
Por no dejarme confesar
que necesito que dejes de venir a mi mente
y empieces a venir a mi cama.

Así que ven.
Cúlpame de todo.
Pero ven.
Corre, que todavía puedes llegar tarde,
Pero a tiempo.

Ven, "que quiero hacer contigo,
todo lo que la poesía aun no ha escrito".