miércoles, 11 de junio de 2014

Bienvenidos al síndrome Disney.


"Todos queremos que nuestras historias de amor sean las más extraordinarias. Que nuestros errores garrafales sean en realidad románticos imposibles del destino. Que lo que no funciona (y es que lo cojas por donde lo cojas, no funciona) es culpa del famoso timing y que lo que tenga que ser, será.
Nos empeñamos en pensar que los protagonistas de nuestras catastróficas historias son más héroes que caricaturas porque seamos realistas, todos preferimos un Noah Calhoun que un love-the-way-you-lie.
Así que, cuando después de la tercera nos lanzamos al relato de nuestras aventuras y desventuras románticas para darle la brasa al insensato que se ha sentado a nuestro lado con nuestro incongruente historial sentimental, tendemos a retocar un poquito por aquí y un poquito por allá, porque parece que si nuestras historias no son brutalmente extraordinarias no merecen la pena.
Y es que cuando escuchamos las andanzas heroicas de los que lo dan todo por amor y se dejan la piel en el intento, nos gusta pensar que nosotros también desatamos huracanes y derribamos rascacielos. Era un amor de película, oigan. Aunque se olvidara siempre de llamarte cuando decía que te iba a llamar. Aunque no se levantase del sofá ni para acompañarte a la puerta.
A ti te gusta engañarte. Y creerte que aunque le vaya muy bien, aunque se haya buscado a otra (bastante feita, por cierto) a la que no agarrarle la puerta; en el fondo a ti siempre te querrá. Que te va a tener ahí, en el corazoncito. Que el día de su boda va a preguntarse cómo sería verte a ti caminando hacia el altar. Que a sus hijos y a sus nietos a falta de batallitas de la mili les va a contar lo buena que estaba aquella novia que tuvo cuando todavía era un chaval.
Porque, admítelo amiga, a ti te va la farándula. No es tu culpa, has visto demasiadas series subtituladas de la ABC. Y te crees la Summer Roberts de todos tus Seth Cohens. A ti te gusta regodearte en tus miserias sentimentales y poner el grito en el cielo y llamarlo de cretino para arriba y si hace falta recurres a la cebolla para no dejar de llorar. Y te convences de que volverá con el rabo entre las piernas y desafiaréis las leyes de la lógica y estaréis juntos por-los-siglos-de-los-siglos-amén.
Así que cuando esa amiga demasiado sincera te quita la tontería y te recuerda sin ningún tipo de tacto que era un indecente, que no te merecía y que se portaba como un gañán, desenvainas el florete en un arranque repentino de lealtad y defiendes con uñas y dientes al pobre desgraciado de turno porque aunque ya no lo quieras, prefieres pensar que te quiso de verdad.
Y acabas por pensar que los héroes de novela romántica juvenil están para eso, para las novelas románticas juveniles. Y que a ti nadie te ha llevado todavía a hacer un picnic con mantel de cuadros rojos y cesta de mimbre incluida, ni se ha colado en la azotea de un rascacielos para enseñarte las estrellas. Que lo que si te han dado es quebraderos de cabeza para escribir un libro, un par de sudaderas viejas, una adicción de manicomio al teléfono y dos o tres regalos de cumpleaños escogidos por sus respectivas madres. Y que te da igual.
Porque el amor está sobre valorado. Y el romanticismo mucho más. Y el que no lo quiera ver no hace más que engañarse. Y a ti lo que te hace feliz es seguir riéndote de la vida. Y al final has aprendido que el amor no debería ser tan complicado (cojones!). Y ya sabes sonreír acordándote de antiguas tragedias, y ya te has dado cuenta de que en ellas, son mucho más protagonistas tus amigos incondicionales que los cobardes que siempre vuelven cuando ya es demasiado tarde. Y por fin te has prometido que tu juventud la vas a desperdiciar haciendo locuras, no volviéndote loca.
Porque a veces el amor te quita más de lo que te da. Y las historias mediocres al final son las más divertidas. Y después de todo, ni si quiera te quisieron como Dios manda.
Y mira, puede que lo hicieran. 
Pero a ti que más te da."

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